jueves, 14 de noviembre de 2013

Tienes razón compañera




No es que los veranos hablen de amor, es que el invierno no habla de nadie. Mas tienes razón compañera, tienes razón cuando dejas al albedrío nuestra historia, cuando ya no haces nada por abonarle a la tinta de los días, cuando me dejas tanta confección para esta soledad de espejos. No sé adónde voy, porque quien parte de ti, no va hacia ningún sitio, porque eres todos los lugares. Saberlo por ningún momento me afirma en los peldaños de la sabiduría, sino en esta cotidianidad de manteles con mancha de una tan sola botella.


Tienes razón compañera, llegar fue una decisión de dos, largarse es el milagro de la dignidad y solo responde a uno. Esta constancia de cerrojos me aprisiona en la intemperie del saldo que me ha dejado ser yo. Me pongo a prueba, me deslizo, acudo al sedentarismo, a la memoria de las sillas, el peso compartido de soportar ideales que conducen a la legión de los engañados, es decir, o mejor dicho, por callar; mas no, compañera. No merece tanto silencio quien deja tanto ruido en los lados blandos del sentir. 

Lamento estar aquí, y someterme a los daños colaterales, a oler de tu cigarro sin fumar, estar en el escenario del amor sin amar, si quieres tú, asistir al viejo local del lugar de una vieja historia que no terminó de hallar su desenlace.

Pero te comprendo compañera, a vos te da la conversación, la fineza del champan a media noche, el cine en compañía de nadie, el tributo de la risa en cada palabra. Tanto pesar olvidado, esto es mío yo coincido con las palomas de mi parque sin estrenar y de muchas formas el convenio de la vida no lanza los dados con la sutiliza de un gane, pero para que ganar, cualquier victoria que no te incluya sabe a derrota y eso de las confesiones oscuras, habla mucho de mí sin que me presente. Mira si eres cobarde, o mira en lo que me has convertido; me llamas por mi nombre y algo de mí se quiebra. Lo comprendo compañera, aunque parezca no hacerlo y dentro de mí las procesiones me guarden el luto de cosas que nunca nacieron. Si alguna vez me reparo de esto, no sabré como llamarlo, ni como volver a verme, si tendré el valor de perdonarme.

Que rubor deja el recuerdo, que solos están los que no los espera ni la muerte. Compañera, no aprendas a disculparte o por lo menos conmigo no. No hay perdón que retribuya el quebranto, solo espero que le traten con el mismo decoro que a sus anchas ha sabido expandir, que le devuelvan el mismo gesto de su boca y dos veces más el silencio de su conciencia, no perderemos nada en vetar los ínfimos bosquejos que le dejamos a la sensatez en dejar las sobras de nosotros, no hay adjetivo que nos califique, la mierda dejada para saciar lo poco que nos alcanza de saber de nosotros y de eso partir a tener una felicidad emisaria de la hipocresía, no me quiero sumar a más. Es por eso compañera, de esto dicho, de esto y un tajo más, siempre supuse que la literatura es enemiga de la soledad, hecha por la soledad...


Tampoco le asisto a tu mente víctima del flagelo a no decirte mi última verdad y definitiva: Para matar un sentimiento se necesitan las brazas de lo que ya no saber arder, y aunque ese fuego de alborada no me caliente dentro de mí, quemaste lo necesario para dejar en libertad a este que ahora soy. 

Reitero, y finalizo que hacen falta dos brazos para terminar esta última unión de almas, pierdo hoy para ganar en mi conciencia. Gracias sin camuflaje, perdón sin rencor. Mi más sincero beso donde no se merece, en su boca llena de cosas sin decir que morirán ahí, donde ya no importa.

Wilfredo Arriola.