Sin la medicina para detener las angustias, me descubrí fuerase mal o bien, todo me giraba en la cabeza intacta de los males antiguos, de los que con orgullo recuerdo casi sistemáticamente para detenerme la felicidad, ahora se dieron cita para terminar lo empezado, fusilando sin tregua las horas turbulentas. Día a día se me fueron las experiencias gastadas en los perfiles de mi diario vivir, en donde cada columna hablaba de una estación en la vida, ahí encontré los llantos, locuras, amores, (los esporádicos por cierto) las tristezas disfrazadas con una mueca para fingir mi actitud, las singulares alegrías. Vistas de tantas maneras, que se han gastado a lo largo del tiempo. Hoy que tenemos más o menos la certeza de quienes somos, no mas resta tirar los resultados para que hablen por sí solos, al aire, y que el viento les de la relevancia que se merecen…Por que el ejercicio de apolillar las sillas de espera ya nos tiene al borde de lo suyo, y que nunca lo ha dejado de ser. Con las experiencias compradas, y con las ganas anémicas, las horas se acaban, haciendo sólo lo que en nuestra mente paso, y por la egocéntrica timidez, viven. De tanto agendar el calendario, nos hemos quedado presos de las fechas para que nunca lleguen, o de que lleguen, para huir del momento, con la gritería absurda de los lamentos que poco a poco desfilan en la boca ingrata que nos acompaña, que deja de decir cuando tiene decir, y que dice cuando el silencio es el prudente. Y por esa mente sin dejarla al lado, la mente que riega las pestilencias ajenas, y que nunca se preocupa por arreglar la propia, entre tantos dichos, y diretes, nos apoyamos en el “el nada es para siempre”o en el “Que los días me den el sazón que me merezco”. Olvidando plenamente que de tanto andar y andar, lo ganado se hace por accionar, mientras tanto los demás se quedan en la banca, esperando lo que sin duda nunca vendrá…
Wilfredo Arriola.