domingo, 28 de febrero de 2010

Escribiendome

Hoy se paso el día como todos los anteriores. Hubo ruido, risas, dudas y otras cosas que no quiero contar, confesado ante la pagina de decir alguna que otra cosa para desatarme del caos impertinente de merodear en las calles ocultando una sonrisa desdibujada, saludando a los de siempre, colándome entre los normales. Debo comentar a voz baja que por momentos pareciese ser que mis ganas se agotan, después de todo estoy por estar, incluso cuando me poso de corazón, no sé qué nombre ponerle y a veces a que apostarle, no lo sé.


Camino y el día se presenta con su mismo traje, el sol responde con su misma rutina, la noche es algo más que un sol deprimido; no será noticia que refleje mi simpatía por la noche, tampoco estará de más comentar de lo que me abona, y de lo que el respiro mucho más que en otra circunstancia. La cama es mí placida convergencia, quisiese no despertar o largarme alguna que otra vez, sin despedirme, sin mostrarme desconsolado, no soporto las vendimias de siempre, la plática trillada de lunes, los mismos favores desfavorables, la ropa de domingo que se quedo sin consuelo.


Debo decir que los amores esos que te inyectan el síndrome de las “ganas” no se quieren dar cita desde hace mucho, desde hace nunca… Y mi auto exigencia, acude como todo los días a la espera de algo más o menos aceptable, digo sin saber de la mujer que se espera, esa que aniquile las culpas, el lóbrego traje desganado, el crucigrama de los días, el tango que no escuche y tal vez con ella sí. Creo que el oficio epidémico de apostar a la misma historia no deja de causar un grave epicentro en las llanuras del alma, eso por mostrar una cierta mascara de vergüenza, las historias de amor que guardo parecen ser más historias de recuerdos, algo desvencijado que por viejo merece ser olvidado, sin embargo hay una intravenosa necesidad que no cesa, y ese es el sentimiento, nunca lo elegí, nació sin compromiso, y se habita desde que se me implanto en las cejas. Hoy no puedo dar fé de que esté terminado, por lo menos controlado, no lo espero aunque a veces eso, alguien que sepa lo reconozca, no, no lo es. Los amores potenciales no hacen algo de cordura si no explicar con hechos sus intenciones, donde no figuro yo; o por lo menos no quiero figurar.


Las tardes siguen siendo solas, hay café de consuelo, poca azúcar, unas historias a medias, llamadas perdidas, mensajes con balas, humildes conversaciones, ropa obligada, tardes-noches de facha, y madrugadas dudosas. Espero que las coincidencias crezcan para bien claro esta y dejar de esmerilar esa ansia perturbadora que no viene por la espera desesperada que me cobija. ¿Dónde firmamos el cambio de una vez por todas? Que no sea lo que sigue pasando por acá…



Wilfredo Arriola.