Quien no canta celebra la muerte.
La esgrime, le pone el listón cadavérico,
la ilusoria sensación de la victoria tras el telón fallido de la sonrisa.
Todo descansa en el pulso agotado de las mañanas
donde se mastican los verbos afilados
con la hoja del falso verano, que ha pasado ha ser mentira ya.
A la nada, a tu implosión, a mi letra de agua.
Al deseo fumigado después del último café.
La añoranza ha dejado de apostar por mi.
Mi materia no es el mástil donde se posaban
las miradas de unos ojos fugitivos.
Me faltas, como el viento a la bandera.
Soy su sombra sin alas, su desastre con alevosía.
-lo súbito nunca miente.-
Quien no canta, atiza a la muerte.
Porque siempre es leproso el beso de las despedidas
La justicia tiene el aplomo de no confundir
razones con caprichos.
No es victoria sino mi última protesta
aunque nombrar el final es insinuarse, gastarse en la lastima.
Olvida la nada que te dejo
pon en el espacio, lo concurrido de nuestras asimias.
La nada
que no nos acepta ni en el recuerdo.
Aunque todo esto ya no necesitemos saberlo.
Ya no.