sábado, 31 de mayo de 2014

Soy un caso, un interesante caso

Soy un caso, un interesante caso. Ese ojo de mi foto me lo indica, la mitad de mi labio, una fosa de mi nariz, una ceja que lidera mi parpado y mi cabello a los costados, dan fe que en efecto puedo ser un caso, un inagotable caso… Porque por consecuencia a lo dicho, hace falta por descubrir la otra mitad de mi rostro, de mi vida...

¿Qué saben de mí? Tan poco la verdad tan poco, que amo a Sabina, porque no lo veo y lo tengo cuando quiero, que es otra forma de amar, esa bella distancia de no saber quién es alguien sinceramente, y a pesar de eso amarlo; que coincido que es un amor para salvarme de mi misma.  Que estudio en una universidad local, que la visito casi siempre con olor a tequila, ron y desvelo.
Que tengo un gato que duerme cuando me cuida, que aparte amo bailar cuando la orquesta es la risa de mi madre, que de a poco amo sentirme bella, por la moda, el sigilo, el maquillaje, el semi-glamour acomodado a mi cuerpo de joven ausente por dentro y presente por fuera. Que de hace poco mantengo una relación con un poeta, que digo y él responde, que confieso y él asiente, que devela y yo me asombro.

No como de la manera que debiera, que he sustituido el alcohol por la comida y que cuando el sol quiebra el cristal de las ventanas me dan un poco de ganas de vivir. Pero vuelvo la mirada hacia adentro de un apartamento donde tengo unas vecinas que debo de contentar por mis desordenes musicales al amanecer. Veo hacia adentro, miro mi gato, acaricio con los oídos a Sabina; observo la computadora con la pantalla tenue aun, por el ardor de los ojos, recordándome un paso corto de hace unas horas.  Vuelvo caminando algo lerda, escribo en el espacio pequeño del chat, a ese mismo escritor y replico: “Así es mi vida” (me ha definido tal cual soy, lo que no le ha costado nada).
Vuelvo a ver hacia los lados y nada ha cambiado, nada. Que te describan no altera las cosas sólo las desnuda, aunque saber la verdad tal cual, también devela caminos. Ahora que sé el camino y que sé que tengo piernas para caminar y algo no me deja –me detiene como el miedo-

No existe un dolor que no merezca ser compadecido. Leía hace unos días en un libro de cuyo autor ya no recuerdo, pero me duele y eso siempre estará y no se lo llevara el olvido.

¿Porqué no podemos olvidar el dolor, como olvidamos el autor de cualquier frase? ¿Porque se nos olvida la fecha de algún cumpleaños especial de un ser querido, y no el dolor? ¿Por qué? ¿Porque el dolor siempre está como inquilino?
Debería de notificarle a quien pago la renta de este apartamento, que siento que ya no es mío, que desde hace un día, no vivo sola. Luego reitero: claro, aunque no olvido nunca a Paulo Freire, es el libro que leo actualmente "Pedagogía del oprimido" mientras Freire me mira de reojo, y sabe que estoy, aunque sea a medias, pero estoy, que no lo olvido.

El arte de enseñar puede ser tan inmenso, pero se tiene que abordar de la manera más responsable y quizás para eso estudio… no lo sé, ahora sé poco hay veces que el recuerdo, el olvido y la borrachera no concuerdan, si se miran en la calle no se saludan, incluso ni se buscaran con la mirada aunque pareciesen tan unidos, como suelo estar yo, aunque dentro de mí solo hayan pedazos de la que fui.

Freire lo sabe y mis vecinos deberían de saber también que ya no vivo sola, que está conmigo Paulo y mi dolor, acompañándome con su sigiloso silencio y yo con mi lamentable ruido. En mi aventura que mide una década adentro de sus cuatro paredes, y ahora intuyó ¿Serán estás las estaciones del tiempo? ¿Estás cuatro paredes?  Será que aquí hay invierno, verano, otoño y primave... No primavera ni la termino de pronunciar, es un estado que por el momento no se parece nada a mi vida, porque parece ser un crudo Invierno que hace que llueva ron, sí, ron en mi casa… veo ron por todas partes menos en la botella que lo contiene, esa la veo como un pequeño infierno porque sé que se va a acabar y no quiero siquiera imaginar su fin, es como decirle adiós a mi anestesia y para el dolor no hay nada peor que estar consiente, si, consiente de uno mismo.

Me tomo otro trago y siento que nada ingiero, quizás esté borracha, quizás me he excedido este día, raro porque no es de noche, y de día nada parece perfecto, el recuerdo no puede ser perfecto y quien lo crea tiene mala su realidad. No quiero comer y me veo y siento una extraña sensación de nostalgia de mí. Suena otra canción lo olvido por un momento y canto como si toda mi casa fuera una ducha y nadie me escucha y es en efecto, nadie solo mis fantasmas; creo que hasta ellos se han ido. ¿Qué podría darles yo a ellos? Ni la sensación de ver mi miedo reflejado por ellos, yo en si soy un miedo latente, un miedo que no conoce todavía su final.

Pasa el día no me concentro, esto es un día interminable como quería que fuera cuando empezó todo, no en este momento, que quiero que sea rápido, fugaz, se me es imposible concentrarme. Y la auto conversación no me da. No me da analizar ciertas canciones que amigos con su fina sutileza me invitan a escuchar, a esta hora hasta Silvio me parece pesado, también el cielo y el inédito color de mi recamara. Todo gira, los vértigos se apoderan de mí como cuando sentí las contracciones emocionales de esas mariposas que le llaman, estúpidas emociones. No es día inteligente, la etiqueta de ron ha mentido con sus indefensas indicaciones con etiqueta  parafernalia. La Resaca no es así, perdón la borrachera porque lo sigo estando. ¿Qué lujo puede ser esto de mentirle a la razón? Bueno la he engañado o me he engañado, qué importa ya… Soy un testamento que no conoce a su muerto porque me gasto lo inútil que puedo dejar, si es que qué se puede dejar algo.

Recapacito y pienso en Gustave Round si todavía tendrá sus labios y ojos cerrados, o peor aun si tendrá todavía su dolor cerrado a la ilusión de salvarse, no lo sé… pienso en Cortazar pero recuerdo que ya no tengo espejo adonde mirarme y por ratos dudo de mi rostro. Suspiro y recuerdo a Neruda y mi gato me recuerda a él, más que él mismo, será por mi amor a los gatos tiernos e indefensos, como creo estar en este momento. He pensado mucho, quizás no esté ebria solo del alma.

Si he sido feliz alguna vez ha sido con la felicidad vista en los demás, nunca a costa mía. Cuando le ame se le olvido hasta su nombre… no puedo imaginar y creer pensar que se acordara ahora del mío. 

¿Vaya qué hacer ahora? Los tiempos que he perdido no lo encuentro ni recordando. Silvio, maldito Silvio como apareces con tus frases: “Ya no te espero, porque de esperarte hay odio” Y si eso me pasa, este día ha sido dedicado a otra cosa que no sea la felicidad, este día ha sido una marcha pacífica en contra del amor aunque de pronto se escuchan balas, gas lacrimógeno, y en las paredes de mi alma hay pintadas que dicen: “ Ya no te espero, porque de esperarte hay odio” Estoy caída peor que el muro de Berlín peor que ver siempre cada vez, solo hora de mi móvil sin ningún mensaje, ni siquiera de invitación a juegos que nunca jugaré en mi vida. Pero… ¿tendré vida? en realidad ¿tendré vida? Esa botella no se ha tomado sola y lo cristalizado de mis mejillas dicen que lo estoy. Hoy fue un día adelantado de infierno, ya no le temo más, que venga lo que sea.


“No voy a negarte que has marcado estilo /que has patentado un modo de andar/ sin despeinarte por el agudísimo filo/ de la navaja de esta hespidita ciudad / sabías hacer turismo al borde del abismo…” -  Gira el esférico del volumen y cualquier cosa parece poca en la hora del desamor. 


Wilfredo Arriola 

lunes, 12 de mayo de 2014

No es ella en la pérdida hora

No es la palabra la que habla
cuando la ira amenaza la lengua.
Miserable es quien con profano don
hace del idioma un fantasma sembrado en la memoria
del que lo pena hoy
y en cada recuerdo de estación.

Esas palabras que son un crematorio del ego
en tantas bocas de infierno.
Tú, como lamentable acopio
de la sonoridad desdeñable.
Que los dioses inasequibles
perforen tu tormentosa insensatez.
Que te llueva después de los diluvios
que tu balsa sepa de naufragios
Así como yo supe de tus cianuros
en la perdida hora de los insomnes.

No regreses del lugar donde partiste
ya nada es igual.

El recuerdo solo nos sospecha.

Wilfredo Arriola