No es que los veranos hablen de amor, es que el invierno no
habla de nadie. Mas tienes razón compañera, tienes razón cuando dejas al albedrío
nuestra historia, cuando ya no haces nada por abonarle a la tinta de los días,
cuando me dejas tanta confección para esta soledad de espejos. No sé adónde
voy, porque quien parte de ti, no va hacia ningún sitio, porque eres todos los
lugares. Saberlo por ningún momento me afirma en los peldaños de la sabiduría,
sino en esta cotidianidad de manteles con mancha de una tan sola botella.
Tienes razón compañera, llegar fue una decisión de dos,
largarse es el milagro de la dignidad y solo responde a uno. Esta constancia de
cerrojos me aprisiona en la intemperie del saldo que me ha dejado ser
yo. Me pongo a prueba, me deslizo, acudo al sedentarismo, a la memoria de las
sillas, el peso compartido de soportar ideales que conducen a la legión de los
engañados, es decir, o mejor dicho, por callar; mas no, compañera. No merece
tanto silencio quien deja tanto ruido en los lados blandos del sentir.
Lamento
estar aquí, y someterme a los daños colaterales, a oler de tu cigarro sin
fumar, estar en el escenario del amor sin amar, si quieres tú, asistir al viejo
local del lugar de una vieja historia que no terminó de hallar su desenlace.
Pero te comprendo compañera, a vos te da la conversación, la
fineza del champan a media noche, el cine en compañía de nadie, el tributo de
la risa en cada palabra. Tanto pesar olvidado, esto es mío yo coincido con las
palomas de mi parque sin estrenar y de muchas formas el convenio de la vida no
lanza los dados con la sutiliza de un gane, pero para que ganar, cualquier
victoria que no te incluya sabe a derrota y eso de las confesiones oscuras,
habla mucho de mí sin que me presente. Mira si eres cobarde, o mira en lo que
me has convertido; me llamas por mi nombre y algo de mí se quiebra. Lo
comprendo compañera, aunque parezca no hacerlo y dentro de mí las procesiones
me guarden el luto de cosas que nunca nacieron. Si alguna vez me reparo de
esto, no sabré como llamarlo, ni como volver a verme, si tendré el valor de
perdonarme.
Que rubor deja el recuerdo, que solos están los que no los
espera ni la muerte. Compañera, no aprendas a disculparte o por lo menos
conmigo no. No hay perdón que retribuya el quebranto, solo espero que le traten
con el mismo decoro que a sus anchas ha sabido expandir, que le devuelvan el
mismo gesto de su boca y dos veces más el silencio de su conciencia, no
perderemos nada en vetar los ínfimos bosquejos que le dejamos a la sensatez en
dejar las sobras de nosotros, no hay adjetivo que nos califique, la mierda
dejada para saciar lo poco que nos alcanza de saber de nosotros y de eso partir
a tener una felicidad emisaria de la hipocresía, no me quiero sumar a más. Es
por eso compañera, de esto dicho, de esto y un tajo más, siempre supuse que la literatura es enemiga de la soledad, hecha por la soledad...
Tampoco le asisto a tu mente víctima del flagelo a no
decirte mi última verdad y definitiva: Para matar un sentimiento se necesitan
las brazas de lo que ya no saber arder, y aunque ese fuego de alborada no me
caliente dentro de mí, quemaste lo necesario para dejar en libertad a este que
ahora soy.
Reitero, y finalizo que hacen falta dos brazos para terminar esta última
unión de almas, pierdo hoy para ganar en mi conciencia. Gracias sin camuflaje,
perdón sin rencor. Mi más sincero beso donde no se merece, en su boca llena de
cosas sin decir que morirán ahí, donde ya no importa.
Wilfredo Arriola.