Acudo a la letra puntual y con osadía. Desde la
ventana que acusan nuestras conversaciones, con la pluma en la mano y dispuesto
al interminable disparate de la impaciencia, escribo:
Sucede que
he sabido recortar cada una de estas lunas que muy a su modo me han hablado de
ti, poco he conocido el saberme hermano puro de mi lecho, enternecida
turbulencia ha azotado las noches, en el patio de mi recuerdo, todos los
columpios deshabitados en la deshora que ya no es. Vengo a lo tuyo, sin prisa
fermentado del añejo vino del pasado, con su resaca de amores casi igual que la
doctrina de aquella primera vez.
Ruego a los fantasmas todo el credo de darme a mí,
la libertad de tiempos viejos, insisto en la literatura porque la copa ya
rebosa de recuerdos vencidos y a esta prisa de duelo ya le pesa el listón.
Le pido encarecidamente con el mejor y ansiado
carácter de su presencia, me devuelva todo el paraíso que algún día robo de mis
entrañas, puesto a esto que le llaman vida, de hace tiempo le dio por no
respirar, y sin saber… he tratado de buscar en la diana ilusoria del desván,
alguna prenda que me hable de ti. No he tenido fortuna, confieso, confieso más:
Contar fechas, llenar de actividades las memorias de mis paginas olvidadas,
darle agua al vaso que solías llenar tú. Comprendo que he perdido más de lo que
el amor me dio, en mis días ya nada se vuelve a mi voluntad, y si lo consideras
poco, con justa razón te otorgo la voluntad de mi juicio a tu favor.
Las campanas de la iglesia solo invocan tu rostro
antes de la seis de la tarde, los relámpagos impelen el arduo ejercicio de
esclarecer los claros oscuros de tu ausencia, -léase en silencio y a punto de
llover- Para que contar más… Sin en mi
pecho todo termina llegando a ti, quizás por momentos incomprendidos me reine
el sosiego y se planta en mí, la sonrisa pasajera de mi boca. A pesar de tantos
apesares sigo acá, como tormenta impuntual, deliberada y llena del color del
invierno que tanto se parece a mí.
De mi son ahora los parques, el reverbero
anunciando las siete, los escaños que se cansan de mirar, de mi, la ruta del
sendero hacia el lugar donde se olvidan los nombres olvidados, tan solo mío,
los ojos infinitos de la tarde.
Impropio me siento, escribir cartas pone en
desventaja los años que me acompañan, más que eso, escribirte a ti, dueña de
todos los pasados, musa infernal de cualquiera de los tiempos, rama obtuso del
árbol del silencio. Llenar el papel de subterfugios es el reproche de vivir en
esta era, y de ser amante, nunca amado. Pero el canalla sístole y diástole
empuja ahora que ya no estamos, ahora quizás que nos recordamos más, y nos
asistimos menos. Dejo al descubierto todo el mar de buenos sentimientos para
contigo, dejo entonces el beso envuelto en este papel que vale poco en la hora
infinita. No quiero desearte lo mejor, si no lo necesario, lo que te merezcas,
quien busca su felicidad termina
encontrando su realidad, y no sé qué nombre lleve, o dentro de que cuerpo esté.
La certeza que me pesa es que no fui yo, ni lo seré, y quien esté en tus
vendavales se sepa llenar de todo tu fuego, de lo hondo de tu lágrima, de tu
reproche rutinario y de tu inédita sabana llena del tesoro que poco vale ya.
La vez que juramos no volver a saber más de
nosotros, juramos cita en lo eterno, juramos erizarnos la piel en nuestros
logros, y saberlo contar a nuestros oídos que poco escuchan ya. No sé si me voy
o el final es una despedida necesaria.
Juzgar desde lo vivido me hace, siempre estar contigo en mis inicios, y temo fehacientemente
que renuncio a este rol de mártir conmovido, y de tu ojo insensato después del
abuso de tu mirada.
Prometo dejar más cosas sin contar, o contarlas en
otros cuerpos.
Quien nunca escribió
Wilfredo Arriola
Cuarto mes del presente, a las veintidós horas,
noveno día.
de Remitente : Soledad -cartas al abismo-