sábado, 19 de mayo de 2012

Carta en la deshora


Acudo a la letra puntual y con osadía. Desde la ventana que acusan nuestras conversaciones, con la pluma en la mano y dispuesto al interminable disparate de la impaciencia, escribo:


Sucede que he sabido recortar cada una de estas lunas que muy a su modo me han hablado de ti, poco he conocido el saberme hermano puro de mi lecho, enternecida turbulencia ha azotado las noches, en el patio de mi recuerdo, todos los columpios deshabitados en la deshora que ya no es. Vengo a lo tuyo, sin prisa fermentado del añejo vino del pasado, con su resaca de amores casi igual que la doctrina de aquella primera vez.
Ruego a los fantasmas todo el credo de darme a mí, la libertad de tiempos viejos, insisto en la literatura porque la copa ya rebosa de recuerdos vencidos y a esta prisa de duelo ya le pesa el listón.
Le pido encarecidamente con el mejor y ansiado carácter de su presencia, me devuelva todo el paraíso que algún día robo de mis entrañas, puesto a esto que le llaman vida, de hace tiempo le dio por no respirar, y sin saber… he tratado de buscar en la diana ilusoria del desván, alguna prenda que me hable de ti. No he tenido fortuna, confieso, confieso más: Contar fechas, llenar de actividades las memorias de mis paginas olvidadas, darle agua al vaso que solías llenar tú. Comprendo que he perdido más de lo que el amor me dio, en mis días ya nada se vuelve a mi voluntad, y si lo consideras poco, con justa razón te otorgo la voluntad de mi juicio a tu favor.

Las campanas de la iglesia solo invocan tu rostro antes de la seis de la tarde, los relámpagos impelen el arduo ejercicio de esclarecer los claros oscuros de tu ausencia, -léase en silencio y a punto de llover-  Para que contar más… Sin en mi pecho todo termina llegando a ti, quizás por momentos incomprendidos me reine el sosiego y se planta en mí, la sonrisa pasajera de mi boca. A pesar de tantos apesares sigo acá, como tormenta impuntual, deliberada y llena del color del invierno que tanto se parece a mí.
De mi son ahora los parques, el reverbero anunciando las siete, los escaños que se cansan de mirar, de mi, la ruta del sendero hacia el lugar donde se olvidan los nombres olvidados, tan solo mío, los ojos infinitos de la tarde.
Impropio me siento, escribir cartas pone en desventaja los años que me acompañan, más que eso, escribirte a ti, dueña de todos los pasados, musa infernal de cualquiera de los tiempos, rama obtuso del árbol del silencio. Llenar el papel de subterfugios es el reproche de vivir en esta era, y de ser amante, nunca amado. Pero el canalla sístole y diástole empuja ahora que ya no estamos, ahora quizás que nos recordamos más, y nos asistimos menos. Dejo al descubierto todo el mar de buenos sentimientos para contigo, dejo entonces el beso envuelto en este papel que vale poco en la hora infinita. No quiero desearte lo mejor, si no lo necesario, lo que te merezcas, quien  busca su felicidad termina encontrando su realidad, y no sé qué nombre lleve, o dentro de que cuerpo esté. La certeza que me pesa es que no fui yo, ni lo seré, y quien esté en tus vendavales se sepa llenar de todo tu fuego, de lo hondo de tu lágrima, de tu reproche rutinario y de tu inédita sabana llena del tesoro que poco vale ya.
La vez que juramos no volver a saber más de nosotros, juramos cita en lo eterno, juramos erizarnos la piel en nuestros logros, y saberlo contar a nuestros oídos que poco escuchan ya. No sé si me voy o el  final es una despedida necesaria. Juzgar desde lo vivido me hace, siempre  estar contigo en mis inicios, y temo fehacientemente que renuncio a este rol de mártir conmovido, y de tu ojo insensato después del abuso de tu mirada.
Prometo dejar más cosas sin contar, o contarlas en otros cuerpos.
Quien nunca escribió
Wilfredo Arriola
Cuarto mes del presente, a las veintidós horas, noveno día.
  
de  Remitente : Soledad  -cartas al abismo-