A veces el hincapié es una especie de condenación
anticipada, volver a esta cama y hacer el crudo inventario de los amores
pasados es algo que hiere tanto, que ya no sé a quién culpar.
Diría que la vida me ha sabido golpear, muy a su modo, indeleble
y soez. Asesta sobre mí, un estilo de acento trágico. Me siento vulnerable. A
penas sé encontrar una piel que sea mi plural y de pronto la vida se vuelve
angosta, los camino firman títulos solamente de ida; nunca de vuelta. Coincido
ahora, que la recamara se canso de ser testigo, y de verme perentorio, sacando
conclusiones de todo, sabiendo a mi parecer que las cosas del amor, nunca serán
tan fácil, como hacer una valoración de los hechos, como comentar del que se
fue y se le olvido de donde partió, o resumir que la dignidad es asunto del
exclusivo amor propio.
Lo terrible es llegar a un puerto, llámese: casa,
habitación, parada de autobuses, cualquier anden de la ciudad, un barroco
pueblo, la espera de un amigo que pronto regresara. Saberse ahí y no encontrar
la palabra correcta para vengarse del propio mal, de encontrar algún concepto
que le dé nombre a lo intangible pero certero. Solo las noches vigilan la
perdida de la mirada, cuando se siente el puñal pasajero de las horas, y viene
el recuerdo como barco sobre el mar, poniéndonos en escena los dorados días que
parecían los trofeos de ese entonces, recordar la felicidad de lo pasajero,
incluso recordar esas alegrías que ahora son nostalgias por ser educados y no
citar a la tristeza como referente.
Mirar atrás es entregar al cuerpo a la nada, olvidar esto
que no pasa. Lo terrible es saber –como duele la conciencia- que lo blando paso
a ser duro ya. Qué no se puede vender uno así por así, con una sonrisa, con una
llamada relatando necesidad, con un beso largo de despedida, con estar antes
diez minutos del lugar. Qué no se puede vender así de fácil ya; lo que llamamos
amor.
Volver al pasado como ejercicio normal, escudriñar,
rechazar, negar. Pero ¿Qué hemos aprendido?
¿Ponerle cara fuerte al presente y
parecer inmunes? No lo sé, las preguntas internas solo buscan responder hacia
el dolor. Y está vena, parece ser un
atajo al conformismo, qué no debería, pero a veces me gustara también decidir
por mí, la soledad siempre es elegida, las respuestas son prefabricadas, la
música termina diciendo lo mismo, y la ropa entre más básica mejor, los espejos
no saben ocultar la verdad y los rotos no mienten. Lo terrible también es huir
de nuestro propio cuerpo, lo malo es que casi siempre llega al mismo lugar, y eso
de hace tiempo dejo de existir o lo peor, nunca existirá. La verdad por sincera
tiene pocos aliados, y los que son, aprender a saber, y no por estar, puede
parecer fiesta. No, no lo es.
Quizás inicie este nuevo párrafo con una palabra que pone
dudas en mi saber, porque pocas certezas poseo: La primera es que estoy solo y
la segunda que mañana será igual. No quiero saber que la cruz de lo perverso
lleve nombre de mujer, sería injusto, considero más injusta la poca valoración
como ser humano, y la demasiada asignación a lo perdido. También la desgracia
corre por nuestra propia cuenta. Hay muchas cosas terribles, los domingos
iguales, la rutina de los demás días, el café con el mismo recuerdo, el respeto
al vicio, la sensibilidad de las lluvias, las ironías de los tomados de la
mano, seguir leyendo los mismos poemas de amor, seguir cantando las canciones
que nos dejan dolor. Hay algo de ironía. La justicia de las noches es
devorarnos el recuerdo, pero hasta la arena llega un punto en que deja ser un
buen terreno para la huella...
¿Qué nos queda? Buscarle otro concepto al
domingo, huir de la rutina, considerar el té como metáfora del vino, perderle
el respeto a las lluvias, comprar cortinas, odiar los parques, encontrarle
defectos a los poemas y pensar por escuchar a uno que otro cantor… Como si la
vida fuera de decisiones, como si vos te subiste a mi barca pensando que yo era el mar, y supiste que solo
era río… Hay quienes lo saben y ahí en eso de la conciencia radica el dolor.
Lo terrible, lo que duele, lo ilícito: es aprender a morirse
en el mismo nombre, invitar a la cama cada día a quién nunca llegara. Lo insano
es seguir creyendo que todo cambiara, ya lo dijo Sosa, y lo de ella no fue un
verso sino un himno. Todo cambia, pero adonde no sé quiere cambiar que lo maten
con sus propias balas.
Lo terrible, es que acá sigue el mismo frío con que inicie y
no ha cambiado nada…
Wilfredo Arriola