Adónde estés, que no sé yo, te escribo. Todo ha cambiado,
ya no somos aquellos que amábamos más la noche que al día, sólo por estar
pegados a un celular que era el bendito puente de nuestra alegría. Pasaron los
años, pasamos a ser dos desconocidos que poco a poco fueron llenando los vacíos
que desconocíamos de nuestras vidas. Nos hicimos una maleta llena de ilusiones,
como todos o quizás como pocos, fuimos haciendo de la distancia un odio, un
pequeño odio que le daba paso a nuestras ansiedades.
Nos conocimos, nos
desconocimos, nos amamos a rabiar, le pusimos la vela a cada uno de nuestros
cumpleaños en la distancia, hicimos de cada noche una hoguera, estrenamos
risas, cuentos, anécdotas, hicimos tanto para que lo de nosotros fuera eterno.
Conocí de ti, tu sangre y sin verla, ni siquiera con tocarle, ni siquiera por
tocarte. Apreté los puños en cada beso no dado, le pusiste tu mano imaginaria a
mí soledad con sólo un mensaje de buenos días. Yo lo hice y también te toque, y
también pinte risas en tu rostro. Qué no inventamos… qué no deseamos… Éramos la
capital del deseo, del amor, del compromiso con el fuego de testigo y las manos
por si hacía falta una cuota que fuese el testigo de lo que sentíamos. Me
enseñaste partes que no conocía de mí, hiciste de mi sentir algo más alejado a
lo que yo considere, nunca me sospeche tan perdidamente enamorado de ti, aunque
quizás era de mí y nunca lo supimos.
Han pasado los años y no volví amar con la densidad de
nuestras ansías. Yo de vos lo espere todo, porque pude darte todo lo que
esperaba. El molde de mi sentimiento tenia tu cuerpo. Ese juntarnos y no sólo
vivir a las orillas del abrazo que nunca nos dimos, no sé si alguna vez nos lo
daremos. Lo cierto es que ya no con aquella intensidad de amor derramado a la
inusual cada noche, cada día. De tus letras dependía mi ánimo, vivía sólo con
la utopía del encuentro, comía del desgarro de quererte a ojos dilatados, el
placer se convirtió en tu cuerpo y de tanto en tanto ese delito de rasgarnos la
piel fue rompiendo la membrana del querer.
Han pasado dos años
ya, quizás menos o más. Nos cansamos como suele cansarse el amor, las manos no
se llenan de vacío y tu constitución pedía a gritos el sentido de la vida
detrás de una boca y un pecho unido al tuyo que yo en la distancia no pude
darte. No supe como era andar de la mano contigo en un lugar cualquiera, no supe cómo me
hubieses pedido que te acompañara al baño, o nunca me pediste, quizás, que llagase a
revisarte el drenaje del baño, o si no andabas para ir a comer algo sencillo, o
simplemente acompañarte un café con dos cucharadas medio llenas de azúcar. No
nos tomamos la foto que tanto quisimos en un rotulo de STOP, ni tenemos la
memoria fresca a la hora del recuerdo al vernos caminando en la playa de tarde,
los domingos donde uno no sabe encontrarse. No compramos un conejo ni le dijimos
su apocope, o no nos lo dijimos nosotros, como en son de cariño derrochado nos gustaba
nombrarnos. Tampoco viste el rotulo que pensé escribirte si algún día venias a
El Salvador “acá estoy, te extrañe”. Mucho menos le pondremos la flor de
diadema en la cabeza a la hija que se nos escapó tener. No llame a tu hijo por
el sobrenombre de la caricatura que me lo recuerda. Tampoco hice el nudo de la
corbata que no usaré porque no estamos ni estaremos donde tú ahora estás. Se
nos escapó también la plática con tu hermana de su artista favorito que algún
tiempo, fue mío también. Se nos escapó la vida y lo sueños, se nos escapó
cantar las canciones de Ana Gabriel al lado de tu madre y de vos medio
borracha, quizás también de mi si ahí hubiese estado.
La lágrima a veces es fácil ante el recuerdo, porque fue la
construcción de un romance que no acabo, pero si empezó, todo lo recuerdo tal
cual y de mi latir poco se escapa. Ahora ha acabado tu serie de zombies que
tampoco vi contigo, ahora ha acabado el recuerdo intermitente que a veces me
unía a ti. Ya no te pregunte de tus viajes a Orlando ni si te enfermaste otra
vez, ahora el recuerdo se ha quedado conmigo y las preguntas que me suelo hacer,
sólo las responde el silencio y los gratos recuerdos que tengo de ti. La
distancia termino con lo que alguna vez empezó. Sé de lo tuyo, de tu relación
nueva e intachable, hemos dejado de sabernos por salud emocional de ambos. En
algún lugar del pensamiento sabé recordar que si bien es cierto el destino nos
pone en el lugar que merecemos, lo nuestro, déjame creerlo así: es un puro acto
de injusticia, de lo perecedero de lo que quizás ya murió. No lo sé, de mi lado
no diré más de lo que pude sentir o siento. No quiero entrar en detalles que
sólo podrían abonarle a la rabia y ansiedad. Sólo quizás que sepas que el lugar
detallado que cultivaste sigue teniendo las flores que plantamos, no sé cómo
estarán, no visito esa parte de mí, porque me conozco y rondar por sus caminos
podría traerme más melancolía que felicidad. Deseo en los lados más sinceros de
lo mío, que no dejes de ser feliz que disfrutes del amor, que sueños lo más
alto posible para que alcances aunque sea la mitad. Que sigas teniendo hijos,
que no te olvides de vivir. Sé que luego de alguna manera u otra sabrás de mí,
que el destino procure llegar a conocernos, que conozcamos ojalá los ojos de
quién por tres años fue la luz de cada día. Nos debemos un abrazo, nos debemos
una mirada sincera, nos debemos tres años en un gesto.
Todo mi amor.