De esta soledad nadie me salva. Sé que la madurez
se mide ante la serenidad de una derrota, es tirano pensar que los pulsos que
me gobiernan se olvidan de sentir. No se puede ser tan cobarde con uno mismo,
uno que es temible sentenciador de lo sucedido. Antes que otra cosa suceda, quisiera
que no confundieran esta tristeza; si yo la elijo es porque la quiero, porque
la siento leal como pocas cosas he sentido en la vida. Para atar cabos acerca
del desastre es justo reunir todas aquellas palabras que se prometieron con
ojos dilatados, palabras con poca dignidad y hechos ahora ya deforestados. Una
realidad confusa, un malentendido hecho recuerdo.
Antes que el deterioro de mis manos se pula en el
golpe fallido, de la pared que me mira o que te mira a ti desde mí. Uno desde la
derrota es la imagen destilada de quien penamos. De ninguna manera seria amar,
no lo concibo creer que mis venas sean emisarias del reproche continuado del
dolor, son más que eso. El fatalismo, las injurias, el separador del último
libro que leo, vos con la lágrima derramada desde tu boca. Son varias cosas y
yo no soy varios. Apenas alguien que no sabe ocupar nombres. De esta soledad
nadie me salva porque la compañía pasada fueron amigos de fiesta, es decir se
quedaron ahí, viendo largar lo tirano, los que durmieron la angustia del
martirio.
De esta ilegitimidad del sentir nadie me salva,
me cruza, se vuelve en mí en estampida, abusa de mis poros, se atreve a
tocarme en lo blando, trae la sinceridad consigo, imagínate tú, para que más
armas, que te dejen llorando por dentro sabe a polvo de balas. Y esa
ilegitimidad lo sabe, me procura. Y yo le estoy creyendo, como le creí a lo
inhumano en las tardes de polvo azafrán, a la falsa fórmica de los caminos
inseguros. Te creí a vos, vos que no mentías pero es que quien no sabía la
verdad era yo. Y eso debo de reconocer: duele, es una batalla perdida en contra
de sí mismo, y dormir con quien te derrota es cruel, tanto así que se aprende a
convivir, a sacar helechos, acá no hay flores sólo humedad.
Acá hay un rotulo de vendido pero nadie viene en
reclamo de lo suyo. De esta soledad no me salven, pero tampoco se queden a darse cuenta de
mi desastre.
Wilfredo Arriola