lunes, 20 de abril de 2015

Memorias del Hielo


I

Esto es así, si no lo conservas se derrite.
No lo sabía
el descaro es un silencio con ojos rasgados.
Lo que parte esta vez es el alivio de la revelación.
Digo: ¡basta! Y la acaricio y en su paralelo me golpeo.
He salvado a mucha gente de su soledad y eso es bueno.
Reitero.
He tratado de encontrar su moral y no he podido.
La suma de sus necesidades no se han sobrepoblado aún.
Y eso era el remedio de mi cercanía.
Me quiso para desaprender de los demás.
Para rezar su credo malintencionado
para desarmarse en la intensidad que le daba el vacío.
Y ahí estuve yo para hacer del siniestro 
el humo que deja un fuego olvidado
humo y no ardor.
Las manchas no siempre dan el testimonio de lo derramado.
los años enseñan a aprender lo que es una alabanza
y lo contrario de una herida.
Esto es así
de pronto uno deja de ser el escotillón.
Eso, como la consigna de lo perdido.
Ruido pero no certeza.

II


Es todo por hoy, pero termino desde hace mucho tiempo ya.
Ese caudal que de pronto dejo de ser verdad.
No es ese el caso,
detrás de la distinción reposa la armadura de las cosas inútiles.
Vuelvo a la negación
me esgrime.
Quisiera ser el entonces que no se fraguo más.
Buscar en el torrente los números impares
los engranes que no se sujetaron a aquel relieve.
Confundido
en una estación donde nunca paso el tranvía.
Es todo por hoy.
Quiero decirlo todos los días.
Que la noche me confiese.


 III


Apunto esto.
Quienes renuncian a la historia generalmente
no tienen nada que ver con ella.
Todo lo soez se acumula a la hora del desastre.
No quiero rendir cuentas cuando tengo por manos
fuego cargado, balas en el tejido de mis manos.
Hojas lerdas jugando a perderse.
La noche también es un lago, lo presiento así.
Y tampoco diré más.
Un lago y nada más, si tú quieres
ponle de imágenes, lo arado de nuestras tempestades.
Si no oso en ocupar el nosotros como algo propio.
Retirar las tropas, a eso debería de apostar.
La tenacidad bajo la lupa no se sabe si es a costa
de lo real o del desvarío.
Lo mío es el blasón arañado, lo personal que ya es impersonal.
Me dejas algo a pesar de lo perdido.
Me sabré cuidar de las conspiraciones,
las mías -por supuesto-, a tono de mi falsa soledad.


 IV


Damnificado.
Eso soy cuando te veas.
En muletas y mis pasos asisten a la solvencia del daño.
El recuerdo y los alfileres -vaya cotejo-
La inocencia sin esmalte moldeó lo que creí certero. 
Recurriré a tu verdadero tono
al cemento que no pisaremos en una plaza cualquiera
esa composición será el cuerpo de lo perdido,
lo agudo será la saña.


V


Miraré por ti las huellas que no dejaras.
Seré ese modelo, la fina estampa.
La sangre en calidad de abandono de las estatuas.
No lo celebres por favor.
No al hecho de bombo y platillo
sino a la pura indiferencia
lozana y puta indiferencia.
La genética intuición del hombre
siempre antecede que el sosiego
es la inclinada manifestación digna del heroísmo.
Entiende mis lagunas.
Sé prudente
 - sopla la vela de tu moral por última vez-
Me arreglare Yo con el abuso del pronombre.
Es lo último y sirve también para decir lo primero.
Este es mi templo, la urbana tentación de todas mis vanidades
como esto atiende a ser una más
de la exquisitez de desbastar las ramas
que sobre pueblan mi figura.
La indefinición prende eso,
mucho verano quema la estancia
mucho invierno infiltra un peso que ya no he sabido cargar.

Esencial debería de ser la palabra.

VI

El ridículo humaniza.
Lo tajante 
Lo taxativo
Lo inexorable 
Lo irreprochable
Lo inhumano 
Lo inapelable
Lo inconexo
Lo inclasificable
Lo intravenoso
Lo perecedero. 
Eso tiene que ver con nosotros
eso es lo imprescindible
el silencio entre nosotros carcomiendo una razón. 
El ridículo de aquella historia 
eso, todas aquellas cosas 
nos humanizan. 



Wilfredo Arriola