Quisiera esta vez decir la verdad sin derrumbar nada por
delante. Que te admiro por las cosas que los demás te odian o que te aman en
una manera diferente. Desde hace algún tiempo la vida y sus prejuicios te ha
llenado del beso lúgubre del silencio, has venido en descendencia a razón
precisa de la moral y la ética, no has abandonado tus ideales, y a eso, solo
hay una manera de calificarlo: con los vitores que solo son dignos los
bienaventurados. Vos estás ahí, verso tembloroso del que calla.
Te miro y el trazo
de la voluntad se escribe solo, que también me he querido sentir parte de tus
pesares, que le has prestado a la cínica madrugada, el apellido que nombra tu
poesía. Has llorado como lloran los poetas, mirando desde adentro y escribiendo
desde afuera. No me canso también de hacer el llamado diría yo “casi episcopal” a tus mujeres, a ellas:
patronas de tus melancolías, vírgenes desatinadas, pecados que los permite un
dios cuando esta de buenas. A ellas, que nos cobijan con la franqueza de los solos, tacones rotos en caminos
desechos. Somos eso amigo.
Añado a la pena, como soundtrack IV. Sarabande de Bach, para morir en cada nota. Tomar el último
poema y sentirse orgulloso de los espacios en blanco. Agitar la copa, pensar en
Artaud, en Gala, La Rochefoucauld. Pensar y después acordarse del cobarde
tiempo que te vio nacer, de las campanas que nos convocaron cada mañana, del
café agrio a son de vapulear la garganta con tormentos. Qué pesar poeta. Verse
aniquilado en los vidrios atormentados de los buses, llenos de la plasticidad
juvenil y del calibrado momento en que uno calla y se reinventa, amurallando
esta mística idea de nombrarlo todo en papel. No sé qué hubiéramos hecho si no
hubiéramos conocido esa barca, con los mares que nos falta navegar. Esto cada
día se le parece a un pésimo oxímoron, o un pleonasmo mal logrado. Y no
hablamos del corazón canalla, cómplice voluntario, lleno de fechas que poco
saben importar. Te pido paz y calma para ello.
En virtud clásica y desmejorada, quisiera dejar de ocupar
la palabra “quisiera” porque mientras
nos describimos en esta carta, lejos de querer, apremio a desistir. Mira tú,
que vil nos hace rodearnos del resto, mira tú donde realmente merecemos estar.
Percibo en lo venidero, no dejes de mostrar la calma bien lograda que has
sabido cavar en el transcurso de los años pasados, vendrán mejores cosas,
versos frescos a raíz de vendavales con un nuevo aire, ojalá te asfixie y
exploten dentro del género. Yo, si me lo permites quisiera estar ahí. Intacto
de lo tuyo, fehaciente como la última ola del atardecer.
Abono a lograr con mis notas un suspiro más detallado que
el anterior, decirte que sobrevivir es una carga llena de vacíos, mustia y
sosa. La pleitesía nos ha sabido traicionar, como los verdaderos caballeros de
tu tiempo y del mío, quizás. Llevas una generación en cada ojo, y tu cabello
sabe descifrar los montes que no hurgare en una tarde cualquiera.
Parece que termina el día mientras escribo, como muchas
veces desinflaste el insomnio y agitaste la bandera del “nunca más”. Tu patio, impostar de un falso público lo conoce, y
aquella Conapa que guarda un rencor
superado.
Piensa en lo que te digo, y ponle una curita a la rabia, a
la que te da cuando explota en tus ojos la vil dignidad del que traiciona.
Rabia y un sismo cardiaco, como volver a recordar que sos el que observa nada
más, no un juez perentorio que dictaminara a favor o en contra de tus ideales
que a tesón y esfuerzo has sabido labrar. Los cimientos empiezan como lo hemos
hablado a raíz tacita de las derrotas, cuantas hemos tenido, cuantas nos hace
falta tener…
Me siento orgulloso de vos, y del ramillete de tenacidad al
mandar tan lejos a los que te traicionaron, tan sólo con nombrar que tu oficio
era de locos, más no saben que por llegar a la poesía has llegado a la vida, y
a la vida por medio, pongámosle si tú quieres al inicio de la sabiduría. No me
pondré fino, ni a ti te dañare la poca humildad que tienes. Dalo por hecho. (y
ahora dalo por muerto) No bifurcaré al que sos, con el que creo que eres. Los
amigos son el espejo roto, donde siempre uno puede verse aunque de lado y a
medias, razones tenemos vos y yo; y también razones tenemos, para dejar de
vernos un par de días, meses si quieres. La amistad, reitero, también conoce de
espacios y de prudencia cuando se sabe, que el que quiere estar sólo, ni
siquiera él está. Yo te comprendo, como cuando tachas los versos los grabas y
al día siguiente, ya no te gustan, menuda autocomplacencia… hubieras sido otra
cosa, menos algo tan impuntual como ser escritor, hubieras sido una estatua que
es perfecta porque no se sabe quejar.
Sos lo contrario de ellas, una revolución
que morirá dentro de ti.
Terminaré a fuerza de complicidad y de augurios, espero no
estés sólo o que sepan hacerle compañía a tu soledad. Tú por tu lado, llena si
es posible los pequeños dorsos de facturas con versos que te asaltan en horas
inconclusas, más ya no des esos pequeños papelitos con firma anómala, esos ya
no sabrán volver. Escribe, desde tu trinchera, no esperes alguna publicación,
sino pena ajena me dieras, vos que no te sabes vender…
Escribe para dar en el
blanco con la puntería del que te lee, solo así sabremos a que sabe la diana,
en los juegos personales se sabe ganar, pero en los del corazón adicional,
saber ganar, es saber reír al contando, y a eso espero le sepas apuntar. Estoy
para leerte, para criticarte y si es posible para desmeritarte; para que
esperes de mí, la misma tenacidad del halago si es a la inversa. Y en cuanto al
amor, espero llegue aunque sea en otras denominaciones. No diré más en cuanto a
lo que ya hemos platicado. No mientas para conseguir placer, no te rebajes para
conseguir amor. Se tú, para que tengas lo que te mereces. No engañes por
compañía, que a la hora de condenarte, entre más grande sea el tiempo, más
grande será la espada que te caerá. Te bastas para la vida, sino escríbelo,
seguro te amaran por tanta melancolía vertida… A lo inevitable hay que saberle
besar.
Espera al silencio para saber quién eres, lo demás que no
sepa a parodia de ti, ni a lastima de compasión. Te mando la compañía del que
sabe esperar aun cuando ya no tengas nada que decir. Quién esté, seguro ese es
tu amigo.
29 de diciembre de 2013
Wilfredo Arriola