Los que esperan la lluvia debajo de un poema.
Quienes hacen de la tristeza una libertad
que cabe solo en un nombre.
La paz juega a comprometerse adonde no la llaman
por eso estoy tan deforestado
impropio, como el dogma de los desesperados
lleno de ropa del pasado
sin cuerpos, sin manos para quitarlas, simple, llano.
Soy la brújula en el tiempo de nadie.
Otra forma de auxilio crece en la página en blanco
también las letras se crucifican
en el puente de los enamorados.
Algo muere en medio de la frase:
Confieso que te he amado
Confieso que te he amado
Si se te da por quebrar las copas.
Hazlo.
Que los faros del olvido encienden
al contrario de quien los necesita.
Riega las flores con vino
toca en el piano, si es posible
La canción de los desesperados
La canción de los desesperados
La angustia mueve más que la capacidad
por eso somos un paisaje hecho a manos rotas.
Cuando nos desploman las letras del final de la película
e inundan la casa de un silencio de voces prestadas
y uno no es uno
sino un impostor en primera persona.
Luego el sax no perdona el lado blando del alma
me toca, nos toca; algo debe de estar herido
porque la sangre y las lágrimas no se equivocan.
De aquí me marcho porque la usura
arremete siempre en noches
de frío malintencionado
y no tengo más que un escudo, un verso, una bandera
y los ojos dilatados del gato que no esta.
Supongo las estaciones de tu piel
como brazas de invierno
dándole a tu mente el luto de una promesa sin cumplir.
Me resumo, por no contarme en ti
la bastedad solo se encuentra en quienes
conocen la inmensidad de lo preciso.
Por eso, por todo eso
me bastará tu última verdad
aunque recuerda compañera
en el infinito
lo más
y lo menos
están
de más.
Wilfredo Arriola de Insomnio: Las horas que marcaron un final.
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