martes, 3 de septiembre de 2019

La fugacidad de las personas

Wilfredo Arriola,
Poeta y escritor 
“Cuando hay gente delante de mí que sé que no me quiere, de quien desconfío es de mí”. Asevera Antonio Gala en Los papales del agua.
He pensado mucho en las relaciones a lo largo de mi vida, quienes aportan a lo mío, quienes con su cuota de sinceridad hacen que la vida sea más soportable, quienes me han dicho la verdad desde cualquier perfil de mi vida. Todo eso lo agradezco, agradezco más la libertad del peligro al decírmelo, quienes me conocen saben que por respuesta tendrán mi total aceptación a la causa.
Quien te ayuda a mejorar te ayuda a vivir, las mejores lecciones de la vida traen consigo dolor y todo dolor conlleva sinceridad. Somos fugaces, como las personas, como la vida. Sin embargo, muchos se han quedado para siempre con instantes, poniendo en evidencia eso, de que quien te ayuda a tiempo te ayuda dos veces. Otros, nos hacen la vida con solo respirar, no tienen que hacer más que nada por tener nuestro cariño y respeto, lo cual es un misterio y esos misterios vale la pena saberlos identificar y disfrutar.
Eduardo Punset narra una historia de sus nietas a la hora de compartir un refresco. Eduardo siempre pone hielo a sus bebidas como habito de infancia y repite la operación en la bebida de Imelda, su nieta menor. Imelda se descuida por un momento y ve pasar la carrera de su perro por el patio tras un hueso de juguete, para luego volverse a instalar en la conversación con su abuelo, luego se percata de la mesa y grita airada: ¡Abuelo, me has robado! ¿Adónde has metido los cubos de hielo? ¿Qué los has hecho? ¡Devuélvemelos!…
Entre conversaciones y el calor de la tarde, los dos cubos de hielo puestos en el vaso de la pequeña se consumieron con rapidez, cambiantes, fugaces como todo… Aprender a aceptar que las cosas cambian, que las personas se van, que los años nos miran diferente y que los espejos no mienten es asunto de la sensatez. Así como esos cubos de hielo desaparecieron en un momento fugaz de la tarde, pareciera una locura no creer que lo mirado no cambiará.
La infancia es ese lugar difícil, esa vida narrable del que solo recordamos momentos, las formas de como nos hicieron sentir, de la pasión en conjunto del logro en la escuela, del viaje por primera vez a la montaña, las conversaciones en cualquier lado de la calle hasta altas horas de la noche, la irrepetible sensación de acabarse el mar con la mirada un día cualquiera del año, el primer beso, el beso quitado y el primer dolor. Lo fugaz de aquellos momentos, las personas que ya no están o que están, pero ahora son otras gastadas por el tiempo y uno con otros ojos, con otras sensaciones con lo aburrido de la madurez. Solo quedan pocos recuerdos, no si depositaron dinero en nuestros bolsillos o comimos en un restaurante caro, la infancia es dos o tres instantes donde uno sonríe a solas y nos volvemos ajenos al entorno casi convirtiéndonos en unos desconocidos por viajar con nuestra mente a aquellos momentos donde uno fue feliz, donde uno no solo vivió la felicidad, sino que fuimos parte de ella, quizá saberlo lo hubiera destruido.
Después de todo, uno abre la puerta de la casa, gira el recibidero. Dejas a un lado lo puesto, miras el reloj que no te espera y están otros o nadie, incluso ni siquiera vos y todo es tan común, tan breve. Un soplo, lo que queda del viento.
La fugacidad de las personas tiene que ver con uno, que también es el fugaz.


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