jueves, 26 de septiembre de 2013

Los solitarios



Los Solitarios

Escucho a Silvio para sentirme menos sólo, aunque me deje más de lo que estoy. Es que los solitarios somos así, ocupamos palabras que son otras palabras; palabras que no existen. Como la palabra odio, traje secundario de la palabra amor cuando está cansado. Como la palabra vértigo, por no decir final, la palabra derrotado por no decir muerto.
Los solitarios los que hacen fiesta sin invitación, los que soplan las velas del pastel de nadie. Los que le toman el pulso a los muertos, los solitarios; los que llevan serenata al puente de los suicidios, los que firman con el nombre que menos vergüenza les causa. Estamos tan solos, sin sombra, pidiendo que nos devuelvan las cosas que nunca han sido nuestras, los que nos gustaría caminar hasta Rusia hablando con otro sólo, con otro igual que nosotros, es decir otro que mira para adentro cuando camina. Los que se quejan, los que sudan ausencia, los que siempre se están yendo, quienes aman más a lo que pierden que a lo que tienen, si es que tienen algo.

Tan solos, tan llenos de nada, ni de piel, los que solo con pensar le amarran los zapatos a la distancia, los que te matan y te dan el pésame. Parece ser que no hay plural para nosotros, para ellos, para ellas. Porque maldecir no es otra cosa que golpear sin argumento, porque la muerte mata más a los que quedan. Los solitarios, los que doblan los pies, encienden un cigarrillo barato, y se lo fuman como si en cada bocanada olvidaran o superaran lo que les duele. Los muchachos de parque sin parque. Quienes lloran cuando comienza la fiesta, quienes quieren de una forma polisémica, pero en fin quieren, pero en fin llegan, sueñan, ríen, disocian, predicen, sufren.


Los solos solitarios, los que les hablan y siempre niegan su soledad yéndose a un sitio más tranquilo, adonde conviven con sus otros fantasmas. Nadie lo salva, porque no quieren ser salvados, porque en su placer no estriba una compañía de más de dos horas. ¿Qué esconderán? Nadie lo sabe, su mente tiene más habitantes que el Distrito Federal, su fiesta es un ruido placebo, una silla sola, un trago de ron y una puerta que nadie toca. 

Los incomprensibles, los terratenientes de lo baldío. Ellos, los escritos con lápiz, con un ejército de niños con borradores… 

Los solos, solitarios. 

Wilfredo Arriola

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