Nunca me digas te amo
es como si me dijeras no te conozco. Quién
pudiera amar a este trozo de cuerpo sin nada. Quién mirará a través de mi
cuerpo el poema que no sé leer a nadie. Deberías de hacer maletas con el poco
de vacío que te he regalado. Largar como ver largar palabras, como cuando te
conocí y deposite en ti esa religión de la que poco a poco me estoy volviendo
atea. No hay nada que no se puede arreglar con una despedida. Las despedidas
ese bello delito conciliable. Quizás te amé para tener a alguien a quién culpar
en mi vida. Eso somos los escritores. Los dueños de la nada, hacemos de
cualquier cosita un puente transitable y de esa misma forma el peor de los
abismos. Yo, en esta pluralidad que me acompaña te confieso que el saldo de mis
sonrisas ha caducado, como cuando uno acaba de ver llover y es innecesario que
el día continué, porque por el momento se ha visto todo. En mi vida, ya
terminaste de llover.
Para amar como se debe no tener memoria es preciso. A mí no
me va bien esa ceremonia tétrica de los detallitos y esa cursilería que le
abona a la distancia de dos cuerpos que se quieren, en todo caso de regalarte
algo sería mi tiempo, mi monótono tiempo para que dispongas tú de el. Que mejor
regalo mi estadía en ti, y la tuya en mi vida, para gastarnos esto que le
llaman amor. Es cierto, por eso te dejo, por eso asumo que también me dejas,
porque yo no le apuesto a tus líneas comunes de superveniencia. A tu mensaje
descafeinado por las mañanas movido más por la costumbre de consolidar un amor
que por tu brote casi onírico de deseármelo. Yo no puedo seguir así. De tus
patrias no soy yo, y quizás corazón nunca lo he sido, esta vez no pediré perdón
porque la sinceridad es el arma más bella que se le puede entregar a alguien.
Con justa razón con esa misma arma que te acabo de entregar puedes matarme con
la bala de tu indiferencia. Créeme que te quiero. Pero a mi despotricada manera,
según tú. De esto nadie sale ileso.
No he podido seguir en mi odisea, ni a ti quiero que permanezcas
en un cuento que nadie, ni por castigo debería de leer, y yo en mi desorientada
manera, no quiero seguir escribiéndole letras a las páginas que con gusto
espero desechar. Me merezco todos tus infiernos con la pasión a la inversa que
te provoco, bien lo decía el poeta: La mano que servía para el amor también
valdrá para el odio. Y si quieres con fineza y con la última libertad que me
doy. Diría, como también diría el poeta: Este inútil trabajo de quererte que tú no necesitas. Mira a lo que llega un intento de amor fallido a conocernos un poco
más después de nuestra mitad. Atiende que ya no puedo. Que esos asaltos de
carencias que entran a nuestras vidas se pagan con sangre y tiempo verdadero.
Eso somos, eso espero seamos. Dos libres que no recuerden sus cadenas. No sé qué
desearte, porque en cualquier caso desear algo después de una ruptura es
maldecirle. Siendo sinceros, y tú sabes de sobra que en mi gobierno no hay otra
bandera que no sea esa. Ahora la agito con más fuerza que ganas. Si quieres
odiarme, no me odies de a poquito porque vale más un buen enemigo que un amigo
a medias. Quizás notaras cierto tono mordaz en mis letras, pero si no era de
esta forma, no hubiera querido suponer algún resabio de amor expuesto antes, y
que eso fuera la causa de revivir a un esqueleto que de hace tiempos dejo de
existir. Alguna vez te acordaras de mí y yo tendré lo que me merezco. No lo
pienses, tranquilo. Que termine con algo no signifique que mi vida esté echada a perder, me quedan los libros, que son los amantes a mi antojo, y si sobra de
eso, algo más, el tiempo lo dirá. Ni tú ni yo.
Gracias por el tiempo y por darme a mí las lecciones que
todavía me siguen haciendo falta. Las tuyas las llevo con migo como forma
inquebrantable en la memoria, después de una derrota conviene quedarse sola.
Recuerda: No volver a buscar es otra forma de arrepentirse.
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