La mujer que nunca me perdono y seguía siendo mi amiga
Era atroz, como convivir con mis demonios y a la vez brindar por el disgusto de no tenerla, ella a mi lado, frente a mí, en todo donde cupiera un cuerpo solo. Era mi amiga, no sé de donde invento semejante desquicio y yo no sé dónde invente creerle. Hacerme parte de su juego, de saludarle y que me devolviera el peor de los monosílabos; sí, exacto ese, el “no”, el “aja” el “ya” y los iconos que representan una cara, cualesquiera –la que no tiene ganas de hablar- Eso somos, eso éramos, no lo sé yo, o quizás no lo quiero saber. Tener fe es no querer conocer la verdad. Mira esto que soy. Pero es que uno a veces ya no es uno, sino un impostor en primera persona.
Era o es mi amiga, perdón por la duda. Aunque solo decir amiga ya es ofensa. Pero es que a eso invita uno, a ese desequilibrio humano fugaz y desperdigado. Hay un inventario que me toca hacer, las respuestas están antes que las preguntas, por ahí debo de comenzar, por ahí debo de terminar. La saludaba o la saludo, no lo sé, como un rompecabezas donde ella desarmo todas las piezas y yo pongo y armo las partes donde me dejo de su bufanda para atarme los ojos, como premio de consuelo. ¿Era para que me tarde más en armarlo o para que no mire donde se marcha? Las dos son válidas. Pero yo pienso que quiso que no me quemara el frío... lo sé, mirar desde adentro de la casa no es lo mismo, que ser espectador. Uno solo sabe porque caminos ha andado hasta que los pasa.
La abordo con la pregunta que asesine su instinto y me responde, asistiéndole a los demás con su presencia. Lejos de mí, de su palabra que apague el incendio que ha dejado. No sabe qué responder, y yo no sé qué imaginar. En cualesquier caso no me deja nada, solo afirma que mi soledad la ha patrocinado ella pagando nada y olvidando todo.
No sé si mi traición es demasiado grande, quizás porque me quiso, vayan a saber si me quiso… No lo sé. Pero le apuesta a nada desde que sabe que estoy en juego, no pregunta, no comenta, no dice. Y los “no´s” son una procesión en el entierro del recuerdo de lo sucedido. Lo que más le duele a Dios es perdonar promesas que no se le cumplieron. Quizás eso pago, o pagamos ambos. Yo por esperar, ella por cargarme en su conciencia como una cicatriz que cualquiera esconde. No es orgullo ella no guarda ningún amor.
Es cierto que me quiso, alguna vez, una tarde desolada donde llenamos el vacío con más vacío. No éramos una pareja, éramos dos solos; una bonita soledad colectiva. Un par que se llenaban con muchos. El bar donde llegan los desamorados. Todo eso, es decir: nada. Uno busca pegar en la diana con flechas que después de dar en el blanco desaparecen y la herida queda y alcanza para decir que ahora es mi amiga pero nunca me perdono para que siguiéramos siendo los mismos. Si nos vemos en la calle no nos saludamos, porque el recuerdo es una cosa y el pasado otra.
Wilfredo Arriola
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